viernes, julio 03, 2009

Cosas de a dos



Oscurecía en el patio de mi casa y derrepente sonreíste, tan característicamente tú, y dijiste ¿te gustan mis zapatillas?

Juro que desde entonces no he vuelto a usar nada más que no fuesen convers.


Salíamos de la pubertad y tirados en el pasto me pediste la mano, las legalidades no entraban en tu mente, el matrimonio se convirtió en un pinchazon en mi dedo índice, que no me doliera tanto, pero lo suficiente como para sangrar y unirte a mi para siempre.

Lo primero que aprendí de ti, es que donde quiera que estuviésemos, estábamos en el centro de la tierra… lo último que aprendí de ti, fue cuando me di cuenta que todo se devuelve, y justamente al centro.


Nos conocimos primero los besos, y para el resto el viento nunca estuvo a nuestro favor, tú recuerdo esta en mis archivos comprimidos, en un estado distinto a los demás comprimidos, no quisiera decir como es, pero tiempo después le di tu nombre a una sensación que conocí gracias a ti.


En el nombre de la revolución, hubo un curandero en mi camino al olvido, guerrillero de buena fama, pero con matices de mal, una sonrisa perfecta pero que tuve que dejar, al entender que el viaje lo haría mejor si no llevaba mas carga sobre mis 5 sentidos.


Así durante un tiempo

Abandone,

Reí

Perdí

Y Fui casi todos los poemas de Benedetti

Con lo que soñé

Y realicé

Olvidando que pase lo que pase siempre olvido,

Y me olvide.


Hasta que un día mirando al mar, acepte alejarme en un barco que seguía a la luna, y estuve más de 100 noches sin interrumpir, durmiendo entre piratas enamorados, y yo, sin ninguna excusa, creí extrañar al sol y me lance a los cocodrilos.


En mi país vale más una canción desesperada, que 20 poemas de amor.


No diré que sobreviví al naufragio, aún sigo botando agua por la boca, los cocodrilos no son reptiles de carga, y terminé nadando a la orilla.


Hoy vuelvo a mi ciudad, fragmentando mis recuerdos de una manera casi racional, sé exactamente lo que olvidaré, y se lo que quiero que me siga el tiempo suficiente como para ser parte de una historia contada para algún nieto, creo en un orden cósmico, más que en el de un dios padre todo poderoso, creo en la relatividad del tiempo y su clase magistral de la espera y la desespera. Creo en la emisión de frecuencias y como todos mis recuerdos -de a dos- poco a poco irán oyéndose como una canción, viéndose en mi brazo derecho como ha sido tatuada mi vida y mis creencias, como si de arrancármelas de la piel, todo mi yo, fuese a desaparecer.